Emprender, la posibilidad de ser uno mismo

marzo 25, 2008

La delicada salud de nuestro mercado laboral, caracterizado por unas compensaciones realmente reducidas y una carencia casi total de autonomía en los trabajadores, contrasta con la elevada calidad profesional de muchos de los empleados que componen nuestro mercado de trabajo y también con el reducido número de estos empleados que se atreven a dar el salto para establecer su propia empresa.

A diferencia de lo que opina mucha gente, una nueva empresa no empieza desde una idea para ganar dinero o desde la seguridad que brinda que esa determinada idea cuente con apoyo financiero suficiente, un proyecto emprendedor tampoco empieza como una fórmula para escapar de una situación que no gusta al trabajador y tampoco como una forma de ascender socialmente.
Un nuevo proyecto de empresa tiene que surgir desde la concepción de una nueva forma de vida, una nueva forma de relación con el entorno y de la pasión por hacer las cosas de la forma correcta. A principio del siglo pasado era relativamente sencillo tener una idea brillante y desarrollarla, era más o menos simple ganar mucho dinero tratando de cubrir nichos de mercado que estaban insatisfechos, pero cien años de este proceso ha permitido que existan empresas en todos los sectores de actividad y, por ello, encontrar un hueco en el que no exista competencia es muy complicado, desarrollar un producto o servicio desde cero es casi una utopía y, posiblemente, si no existe es porque el mercado no lo necesita.

Más que tener una idea brillante, la verdadera esencia de una nueva empresa consiste en aprender de los errores, en alcanzar la excelencia, en ser competitivos y, sobretodo, en ser transparentes. El empresario del siglo XXI, a diferencia del emprendedor del siglo XX, tiene que “concretar” lo que ya se está haciendo para alcanzar una mayor satisfacción de los clientes y una mayor rentabilidad para la empresa en lugar de crear toda una batería de nuevos productos.
Existen muchas herramientas en la actualidad que pueden conseguir mejorar los procesos internos de una empresa, como las derivadas de la revolución tecnológica que hemos experimentado en los últimos años, que aplicadas a cada sector de actividad ofrecerían nuevas oportunidades de desarrollo. Pero por encima de todo, existe una extensa literatura organizacional que, de ser aplicada, brindaría unos estupendos argumentos para presentarse al mercado y mejorar la competitividad de nuestras empresas.

Con ello no estamos renegando de la investigación y el desarrollo, sino todo lo contrario. Estamos apostando por el I+D+i pero dentro de cada sector de actividad ya que es mucho más sencillo aprender a hacer las cosas bien que inventar todo un sector de actividad, todo un mercado y las necesidades de unos clientes que, por lo general, se muestran muy reticentes al cambio.

El emprendedor debe partir del deseo de comenzar un nuevo camino y de una nueva forma de entender sus relaciones profesionales, los riesgos que está dispuesto a asumir y las compensaciones que recibirá por ello. El emprendedor debe partir de la voluntad de crear una empresa pero se debe apoyar en la confianza total y absoluta de que puede llevar adelante su proyecto. Con ello no queremos decir que no existan riesgos, pero sí que esos riesgos tienen que haber sido contemplados y cuantificados, dejando que el único factor verdaderamente decisivo para el éxito o fracaso de la iniciativa sea la propia capacidad de creer que somos capaces de convertir en realidad ese proyecto que hemos construido.